EL DIABLO DE SALAMANCA

 

Llegamos a Salamanca junto al otoño. El viento no solo despeinaba nuestros cabellos, sino que emitía un extraño sonido más cercano a las almas en pena que al silbido al que estaba acostumbrado en las pampas andinas. Todo era nuevo para mí en esa ciudad antigua. Caminando entre sus calles y plazuelas, no podía evitar pensar en Miguel de Cervantes, Bartolomé de las Casas, Miguel de Unamuno, entre tantos otros que pasaron por esta ciudad, que alberga la tercera universidad más antigua de Europa y la primera de España.

Salamanca, a diferencia de Barcelona y Madrid, es una ciudad pequeña pero repleta de edificaciones góticas, renacentistas y barrocas. Ciudad universitaria de cafés con bocadillos por las mañanas y de tuneros enamorados al atardecer. Ciudad de cigüeñas y de tímidos sapitos que cantan a las orillas del río Tormes. ¿Quién iba a imaginar que, en esta tranquila ciudad de Castilla y León, sentiría cerca al diablo?


Ciudad de Salamanca. 2023.

Hablo en serio. Primero sentí un mareo y luego un dolor de cabeza. Estaba claro que no debíamos estar en esa sección. Aprovechamos que no había control de seguridad. La calle estaba desierta y nos situamos en medio de lo que en su momento fue la cripta de la extinta iglesia de San Cipriano, más conocida como la Cueva de Salamanca.

En ese momento comprendía poco acerca de ese lugar, pero no era necesario entenderlo racionalmente, más bien, era cuestión de sentirlo. Ustedes me entienden, hay lugares que emanan energías pesadas, que repelen. No, no es cosa de hippies; hay espacios que guardan pasados sombríos. Mi curiosidad se sobrepuso a mi malestar y me quedé solo en el lugar. Parado frente a los peldaños de la cueva, justo en el medio, vi a un hombre de arrugas que fumaba un cigarrillo mientras me miraba. Tenía el pelo largo y estaba sereno vestido de negro. Comencé a transpirar y no pude ver más su rostro. Lo esquivé y volví a mirarlo de reojo; él permanecía quieto, sereno, fumando.

Me retiré del lugar para buscar testigos, y cuando regresé acompañado, ya no estaba. ¿Quién podría estar ahí? ¿Por qué mis manos temblaban?

Conversando posteriormente con los salmantinos, nos enteramos de que la leyenda cuenta que la Cueva de Salamanca fue construida por el propio Hércules y posteriormente utilizada por los magos celtas como un espacio de enseñanza de las ciencias ocultas. Si bien Cervantes, de la Barca y Unamuno hicieron referencia a este intrigante lugar de diferentes formas, la narrativa popular sugiere que en esa cueva se impartían las ciencias prohibidas por la iglesia católica durante varios siglos. Se dice que era el propio diablo, tomando la forma de un sacristán, quien daba clases por las noches a siete alumnos, de los cuales uno, al final, se quedaba a su servicio. Este diablo, transformado en sacristán, se llamaba nada más y nada menos que Clemente Potosí. ¡Vaya apellido!

Nos dijeron también que algunos logran ver a Don Enrique de Villena, quien supuestamente fue un estudiante elegido por el diablo que logró escapar de su dominio, y como castigo, se pasea por el lugar hasta la fecha. No creo que la figura que vi se asemeje a eso, ni mucho menos al diablo. Sin embargo, sí sentí una oscura sensación en el cuerpo, y esas historias salmantinas me estremecieron en ese contexto de vientos de otoño y catedrales góticas.


Junto a la Cueva de Salamanca. 2023.

Salamanca, al igual que muchas otras ciudades europeas, vive y comercia con su pasado, sus mitos, sus arquitecturas, sus personajes plasmados en novelas y en lo que hemos denominado 'historia universal'. Esta ciudad es Patrimonio de la Humanidad, lo que conlleva la responsabilidad de preservar las características de la localidad, como su estilo de siglos lejanos, sus personajes e historias. De regreso a Barcelona pensaba en mi ciudad, El Alto, esa ciudad donde no hay autoridad que le ponga regla; esa ciudad que es un devenir, esa ciudad que está creando su propia historia, arquitectura, artistas y mitos. Mirando los molinos de viento desde la ventana del tren, me preguntaba: ¿Qué relatarán dentro de cien, doscientos o cuatrocientos años sobre mi ciudad andina? ¿Quiénes serán sus personajes importantes? ¿Qué lugares llamarán la atención a los forasteros? ¿Qué mitos perdurarán? 

Roger Adan Chambi Mayta. Barcelona, invierno de 2024.


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