La
imposición patriótica le había quitado su habla, su idioma, su tono de voz. De
lunes a viernes soportaba ese ambiente que todo el tiempo le señalaba y le
hacía notar que él no era parte de ese mundo. Aguantaba los insultos, reprimía
su rabia, ocultaba el dolor. Esperaba con ansias los fines de semana, porque
solo los sábados y domingos podía regresar a su rincón privado, sentarse en la
silla y poner sus dedos sobre ese instrumento olvidado por los demás. Era el
rincón de la emancipación, donde con melodías abigarradas expresaba su dolor y
venganza. –Me has quitado el habla– decía en su idioma nativo mirando el
escudo patriótico cada vez que iba a empezar a tocar, –Me has quitado el habla, pero jamás podrás quitar lo que llevo dentro–,
y empezaba el desahogo.
Por Roger Adán Chambi Mayta
*Relato inspirado en la foto de Martin Chambi