BARCELONA ERA LOS ANDES

"¿En serio es por aquí el camino?", pregunté mientras la seguía a través de la oscuridad, esquivando arbustos y montones de tierra. "Que sí, tío, aguanta", respondió con su acento españolizado. La humedad mediterránea no me permitía reconocer a la primera el olor del palo santo, que cada vez se sentía más cerca. Era extraño, hasta antes de esa noche, Barcelona para mí era la universidad, gente hablando en catalán, sangrías y birras en medio de edificios construidos en diferentes siglos; pero esa noche era solo tierra. De pronto, ¡no podía creerlo!, un parlante hacía sonar el “lunita dame platita, lunita dame chiquita”. Me di cuenta de que al fin habíamos llegado al lugar. Alejado del centro, en medio de la oscuridad y debajo de un puente, una treintena de bolivianos estaban reunidos en diferentes grupos celebrando el primer viernes del mes: viernes de k’oachada.

"Hola, buenas noches", saludaba a los presentes mientras observaba los aguayos, hojas de coca y los rostros andinos alrededor de las fogatas. Aún me resultaba extraño asimilar el marcado acento castellano español en la pinta y rasgos de mis paisanos.

"¡Un rato, apaguen el parlante! ¡Es hora de los khantus!", ordenó Juan, un paceño que minutos después dio paso a la mesita de agradecimiento por los logros obtenidos. El bombo empezó a sonar; el humo de nuestra fogata se expandía aún más junto al olor del palo santo, y el sonido de las latas abiertas de cerveza daba paso a las primeras ch’allas. Entre todos nos tomamos de la mano y comenzamos a bailar, cantando al ritmo de los sikus: “Uka jach'a uru jutaskiway, amuyasipxañani jutaskiway”.

Esa noche conocí a mis paisanos, esa noche Barcelona, por un momento, era Los Andes.



Roger Adan Chambi Mayta. Barcelona, invierno de 2024. 

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