¿Quiénes somos cuando nos vemos frente al espejo? Recuerdo
que un amigo, muy leído y muy valiente a la hora de hablar en mítines y que
gustaba de mostrarse siempre seguro de sí mismo, en algunas noches de bebida,
solía golpearse la cara exclamando: “¡Por qué tengo esta cara, por qué soy tan
feo!”. Las películas, los programas de televisión, los anuncios publicitarios y
la sociedad boliviana misma, le habían convencido que lo blanco o lo más
semejante a eso era lo bonito y lo aceptable socialmente, y claro, su rostro
indígena de rasgos marcadamente andinos no entraba en esos parámetros. Por eso
repetía por las noches, golpeándose duramente la cara: “¡Por qué soy tan feo!”.
Jamás mostraba ese resentimiento de sobrio, siempre de borracho; cuando las
lágrimas recorrían sus mejillas, cuando se dice que uno es más sincero.
Lamentablemente esta negación somática (generalmente por
el color de piel, la forma de los ojos, la nariz y el cabello) es compartida
por muchos indígenas que conviven en las ciudades de Bolivia. Los intentos
culturales y políticos para cambiar este sentido común típicamente colonial no han
sido suficientes. Es cierto que tuvimos un presidente indígena, que tenemos un
vicepresidente indígena y que distintos puestos gubernamentales, hoy por hoy,
son ocupados por cuerpos indígenas, pero no son suficientes. Es verdad que existen
aymaras ricos que pueden ostentar lujosas construcciones y grandes propiedades
de tierra, como también existen aymaras, quechuas y guaraníes con títulos
profesionales de licenciatura, maestría y doctorado. Pero la experiencia ha
demostrado que aquel dirigente indígena que asume un cargo jerárquico en la
burocracia gubernamental, rápidamente olvida a su comunidad porque ya es
“autoridad nacional”, “honorable” o “distinguido” diputado, siente que está más
cercano a lo blanco, porque el poder estatal históricamente tuvo ese color. Ahora
bien, el aymara rico mantiene sus prácticas culturales andinas, hace rituales
de agradecimiento, organiza fiestas, comparte lo acumulado, pero anhela que sus
hijos contraigan matrimonio con personas de tez blanca, la idea de “mejorar la
raza” sigue vigente. El licenciado indígena, y más aún el doctor, siente que
está en la escala superior de su pueblo al cual muchas veces considera
ignorante. La academia, por más decolonial que se considere ha creado en sus profesionales
un aire de superioridad y autoridad intelectual para hablar por los otros.
Claro que existen excepciones, pero es importante decirlo:
existen cada vez más profesionales indígenas y más sillas políticas ocupadas
por indígenas, pero cuando se está frente al espejo se mantiene la negación, la
frustración y el deseo de cambiar la piel. A eso se debe sumar la vergüenza aun
latente de apellidos originarios y del lugar de procedencia, ¿Cómo uno puede
desenvolverse en el cotidiano libremente si niega su familia y su origen?
Sé que algunos dirán que eso ya no pasa en Bolivia porque
somos un Estado Plurinacional y que ahora hay más oportunidades de triunfar por
tener un capital étnico, yo creí también eso, pero basta con salir de los
grupículos académicos e ideológicos para ver lo distante que se está de la
realidad que grita atención verdadera. La colonialidad está presente desde
aquellos padres blancos que ponen a sus hijos nombres indígenas para sentirse
más incluyentes y descolonizadores mientras pagan miserablemente a sus
empleadas aymaras, hasta aquellos que romantizan la cultura indígena llegando a
la exotización para lucrar y pedir financiamiento extranjero.
Nuestros abuelos derramaron sudor y sangre para que
tengamos acceso a la tierra y el territorio, para que podamos saber leer y
escribir, para ocupar espacios políticos y académicos, para que el arte no sea
nunca jamás privilegio de unos cuantos, para que seamos tratados como cualquier
ser humano digno: con respeto. Por eso mi intensión en estas líneas no es desmerecer
los logros obtenidos hasta la fecha, sé que es importante celebrar y acompañar
el avance de nuestros hermanos y hermanas en la disputa de escenarios que
históricamente nos fueron negados, pero también se hace necesario trabajar
contra los fantasmas coloniales arraigados en la profundidad de la autoestima
indígena. ¿Qué sentido tiene avanzar en estos escenarios si al final de cuentas
vamos a negar lo propio?, ¿creamos y subimos peldaños para dejar de ser
indígenas?, ¿o avanzamos para demostrar que lo indígena no es un ser
petrificado en una temporalidad específica porque somos un devenir?
El líder aymara Felipe Quispe Huanca, El Mallku, solía
decir que: “esta cara, este rostro que llevamos no podemos cambiar, por más que
nos bañemos con cinco jaboncillos en un día no vamos a poder cambiar. Por más
que vamos a ponernos corbata no vamos a cambiar, vamos a seguir siendo lo que
somos”. Con estas palabras nos enseñaba la importancia de aceptar lo que somos,
sin prejuicios, sin temores y sin romantizaciones. ¿Quiénes somos cuando nos
vemos frente al espejo?, ¿el resultado del complejo de inferioridad colonial o
la afirmación de lo propio?
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Atardecer en el río Piraí. Bolivia. |