El panorama actual denota que no es
suficiente tener grandes cantidades de dinero, lujosas y coloridas
edificaciones, o peor aún, quedarse solo con discursos de los “quinientos
años”, “suma qamaña” o “jiwpan q’aranakaxa”, sino que hace falta trabajar en la
conformación de un nuevo sentido común.
Puede que un sector sea pujante en lo material y tenga una vivencia de capital social intensa en medio de las fiestas patronales (reivindicando la cultura Aymara con los “aynis”, la ch’alla”, el compadrazgo, junto a otros, que son hoy por hoy deleite de las cámaras fotográficas y de las miradas foráneas) y también puede que haya otro sector que esté enfocado en lo discursivo, fortaleciendo el carácter beligerante del Aymara a raíz de la conciencia histórica (el indianismo llamará a este proceso: pasar de indios sumisos a indios rebeldes) sin embargo, estas dinámicas corresponden a pequeños sectores dentro la gran masa poblacional Aymara.
Para el ciudadano de a pie (a pesar del qamiri, de la burguesía Aymara, del indio rebelde y demás categorías de superación de la opresión colonial) lo Aymara, fuera de sus pensadores, aún se entiende como lo precario, como lo netamente rural, como lo tosco, y si alguno o alguna sale de estas características, es decir, si uno juega en la modernidad, vive en un centro urbano y adquiere diferentes consumos culturales, se tiene la idea de que este ya ha dejado de ser Aymara. Hay un sentido común en la población que relaciona a esta nación con lo que se quiere dejar de ser, puesto que Aymara se entiende igual a indio y por ende lo oprimido, lo lacerante.
Este sentido común que parte de taras coloniales, hace que el Aymara a pesar de ser potencia en su territorio, quiera ser “lo otro”, no importa las grandes cantidades de dinero, o la cantidad de títulos que pueda poseer, el sistema dominante ha hecho de lo Aymara una sociedad inauténtica, ya que la población es imaginada por el pensamiento que no corresponde a su sociedad.
¿Qué mantiene esta inautenticidad hoy en día? pues el poder mediático, desde esa maquinaria se crean los imaginarios, lo bueno y lo malo, lo hermoso y lo feo, lo que debe ser y lo que no debe ser. De ahí que no es nada raro que lo Aymara a pesar de su éxito en lo económico y territorial viva en permanente negación de su identidad, puesto que desde los medios de comunicación se ha creado un prototipo ajeno a su realidad y a sus expectativas. Eh aquí la matriz para iniciar el cambio.
Ir contra el sentido común colonial parte por pensarnos e interpretarnos para que otros no lo hagan por nosotros, debemos actuar para que otros no actúen por nosotros. Lo Aymara, la nación sin Estado, no tendrá un devenir estable si no se trabaja en la conformación de un nuevo sentido común donde lo Aymara no sea solo un pasado glorioso o un presente lacerante, sino un ferviente futuro.