El
pasado 10 de marzo del presente año se llevó una masiva concentración de los
vecinos de la ciudad de Achacachi, en afueras de la Radio San Gabriel, zona
Villa Adela de la ciudad de El Alto. La movilización encabezada por la FEJUVE
de Achacachi, exigía la renuncia del alcalde del partido del oficialismo (MAS) Edgar
Ramos, ya que éste había promovido, junto a los Ponchos Rojos, el saqueo de
diferentes tiendas y hogares del pueblo y la quema de la casa del ejecutivo de
la FEJUVE: Esnor Condori.
Durante
el mitin principal, Esnor Condori, después de terminar su discurso pronunció el
acostumbrado ¡Jallalla Achacachi marka![1], al cual los vecinos
respondieron con un anonadado jallalla. Uno de los vecinos, arrebatado, se
manifestó y corrigió a Condori: “No hay que usar más el jallalla, eso es de los
masistas, hay que decir: ¡Viva la ciudad de Achacachi!”. Condori se rectificó y
pronuncio el “viva” en vez del típico “jallalla”. A su vez, entre la multitud
de las pancartas flameaba la bandera tricolor boliviana, dejando de lado la
wiphala, símbolo identitario principal de las movilizaciones aymaras. Así
mismo, se tomó al “Wila Saku”[2] como elemento simbólico de
Achacachi, descartando a los Ponchos Rojos ligados al MAS.
Cito
este ejemplo porque traduce con claridad los efectos en cuanto a lo simbólico del
actual gobierno indígenista. El desgaste de la figura de Evo Morales está vilipendiando
consigo aquello que en algún momento era trinchera de resistencia y orgullo de
identidad. De ahí que los pobladores de Achacachi, en sus nuevos escenarios de
tensión, al igual que otros sectores sociales, se vieron confundidos en cuanto
al uso de símbolos y el manejo del discurso. ¿Qué implica flamear una wiphala,
enaltecer a Tupak Katari, a Bartolina Sisa, decir Jallalla, a más de diez años
del gobierno del MAS? ¿Siguen siendo símbolos y recursos que dan sentido a las
demandas sociales?
El
4 de abril se llevó adelante la marcha en protección del Campo Ferial de la
ciudad de El Alto, y entre esa defensa, la de la Radio Lider, del cual fui
partícipe junto a mi colectivo[3]. Llevamos nuestro
distintivo y también (por nuestra formación y convicción ideológica) la
Wiphala. Fuimos abucheados por la turba. ¿No serán masistas? ¿Cuidado sean
infiltrados del gobierno? ¿Cómo van a venir con whipala? ¡Qué horror! ¡Qué vergüenza!
Murmuraban y nos reclamaban los presentes, mientras sostenían sus banderas
tricolores.
No
es de extrañar esa actitud en cierto sector de la sociedad boliviana, el
cholaje blanco-mestizo jamás aceptó con buenos ojos los símbolos que
representaron las luchas de las naciones aymaraquechuas. La diferencia es que a
esa actitud se adhirieron hermanos y hermanas aymaras de la ciudad de El Alto y
de las comunidades, similar a lo ocurrido con los pobladores de Achacachi, cuna
de revueltas aymaras, donde la wiphala, el poncho, el chicote y los jallallas
continuamente estaban presentes como recursos beligerantes y que hoy por hoy
están puestas en cuestión.
Este
panorama es fruto de los últimos diez años de los procesos políticos y sociales
en Bolivia, donde se ha conformado un sentido común que ha hecho que estos
símbolos ya no sean “ese tejido de significados para crear un ambiente
favorable y lograr apoyo de otros sectores, además de ampliar la base de la
demanda social” (Mamani. Pag. 24: 2010), sino que ahora se ha reducido, por la
opinión pública, a sinónimo del MAS y víctima de todo lo que ello implica, es
decir: corrupción, tráfico de influencias y sobre todo del pachamamismo.
La
discusión de este tema merece atención rigurosa, sobre todo para aquellos que
abrazamos las ideologías indianistas, kataristas y en especial para los que se proyectan
el norte del Estado Nación Aymara, puesto que lo simbólico ha sido herramienta clave
en el escenario de las luchas aymaraquechuas y que no fue fácil su incursión en
el tablero político. Wankar, por ejemplo, nos cuenta los avatares que tuvieron
que atravesar por usar la Wiphala, allá en 1978, “no fue fácil el inicio.
Cuando los militantes del MITKA la ostentábamos y ondeábamos en calles y plazas
de La Paz éramos escupidos, agredidos, pateados y calificados de “chilenos” por
izar una bandera diferente a la tricolor” (Reynaga. Pág.347:2016). Ahora el
contexto parece similar, solo que en vez de “chilenos”, el adjetivo es
“masistas”.
¿Cuál
será el destino de la simbología que nuestros antecesores indianistas y
kataristas pusieron en la escena política? ¿Pasará a ser de emblemas de
reivindicación aymaraquechua a emblemas del MAS y su régimen en decadencia?
Los
estudios en torno a las memorias colectivas que fueron trabajadas para sustentar
la fuerza y utilidad de los símbolos aymaraquechuas, sobre todo de la coyuntura
política boliviana del 2000 – 2003, no nos ayudan a entender el uso y desuso de
ciertos símbolos en la actualidad, tal vez porque muchos de estos trabajos
salieron a la luz más para ensalzar la coyuntura política “indígena” que
entender el fenómeno en sí. Se ha atribuido a los distintivos aymaraquechuas (la
wiphala, la coca, Tupak Katari, Bartolina Sisa, entre otros) una carga
histórica que hacía indiscutible su legitimidad a la hora de la identificación
y articulación, “Cuando se activa la memoria oral, salen a flote los recuerdos,
los lugares, las imágenes, los hechos históricos y el nombre de los actores”
(Mamani. Pág.22:2004). ¿Dónde quedó en
la actualidad esa memoria oral?
Achacachi,
la ciudad donde se supone que hubo una “profunda reafirmación de los símbolos
indígenas” (Mamani, Pág.25:2010) en sus
vitoreadas manifestaciones decidieron dejar de lado los símbolos que pudieran
relacionarlo con el MAS, puesto que el alcalde cuestionado es parte de ese
partido. Es por eso que, por practicidad, por demostrar su contrariedad al
alcalde masista y al régimen como tal, decidieron usar la bandera boliviana en
vez de la wiphala y decir ¡viva!, en vez del ¡jallalla! ¿Es bien práctico, no? De
ahí que es importante la objetividad a la hora de comprender nuestra sociedad
para proyectar nuevos horizontes fuera de emocionalismos. La sociedad, por más
rasgos étnicos, culturales y de clase que compartamos, antes de reivindicar o
cuidar ciertos elementos que nos lleven a nortes indianistas o kataristas, se
moviliza por temas concretos que afectan su cotidiano, y por tal razón son
concretos también en su búsqueda de salidas efectivas a su petición.
Por
tal motivo, en estos nuevos escenarios es importante preguntarse también:
¿Cuánto
afecta, la coyuntura en cuanto a los símbolos, al Indianismo y el Katarismo? ¿En qué medida favorece o no esta coyuntura a los
nortes indianistas (poder indio) y kataristas (la figura de Katari y hegemonía
kolla)? ¿Se debe salir en defensa de
estos símbolos?
¿O
ya es momento de crear o reivindicar nuevos símbolos aymaraquechuas?
Bibliografía.
Mamani,
Ramirez Pablo (2010) EL RUGIR DE LAS MULTITUDES. La fuerza de los
levantamientos indígenas en Bolivia/Qullasuyu. Segunda edición. La Paz, Bolivia
Reynaga,
Burgoa Ramiro (2016) TAWA – INTI – SUYU. 5 Siglos de guerra india. Novena
edición. Viceministerio de Descolonización, La Paz, Bolivia
[1] Vitoreada en Aymara que se traduce como: ¡Que viva la ciudad de
Achacachi!.
[2] Traducido al castellano: Saco Rojo. Seudónimo de Paulino Quispe. Se
lo llamaba así porque no usaba el típico poncho, sino más bien una chaqueta de
cuero gastado, medio amarillo rojizo. Era uno de los principales dirigentes del
campesinado del comando local del MNR por 1955 – 1963.
[3] Colectivo Curva, es un espacio de reflexión política y social
conformado por jóvenes aymaras desde la ciudad de El Alto. En esa ocasión
fuimos parte de la marcha defendiendo a la Radio líder, donde contamos con un
programa radial llamado: La Curva del Diablo.