El rótulo parece ser a primera vista
inspirado en el título de la obra del escritor Ernesto Sábato, cuyo nombre es:
“El escritor y sus fantasmas”, lo cual cabe aclarar que no tiene nada que ver
con el presente ensayo. Estas líneas de crítica indianista nacen a partir de
varias reflexiones sobre la vida áspera del indio y que llegan a concretizarse
en una habitual noche fría en Sunipata (El Alto).
El panorama actual nos obliga a sacar a la
luz pública estas reflexiones que muchas veces se quedan en charlas caldeadas
bajo cuatro paredes, que al final son estériles, ya que no llegan a su difusión
para su posterior discusión y praxis. Dentro de esos debates,
una de las reflexiones es la realidad que pasa de forma superficial frente a
los ojos de los indios; hablamos de la instrumentalización de la vivencia
Aymara, experiencia que hasta hoy no logramos medir las consecuencias.
La instrumentalización está a la orden del
día en las castas blanco-mestizas que oprimen al indio, y como es lógico, no
para liberarlo, sino para mantener las relaciones coloniales, de ahí que, para
nosotros, es elemental quitar el ropaje que utilizan los utilitarios de los
indios y de lo indio. Con mayor frecuencia en los círculos “intelectuales” del
cholaje paceño, se observan las prácticas ridículas y coquetas de sujetos
supuestamente indios e indias ajenos a la vivencia Aymara y la vida
áspera.
¿Qué entendemos por instrumentalización?
Entendemos por instrumentalización a ese
acto utilitario del cholaje blanco-mestizo de la vivencia india, con la
finalidad de mantener la esencia colonial, es decir, el Poder. ¿Pero cuál la
necesidad de los opresores para que se den la tarea de adoptar prácticas del
oprimido?, pues, para legitimarse sobre ellos, es decir, el colonialista al ser
consciente de su condición y la condición del colonizado, adopta prácticas y
discursos coyunturales en potencia.
Hay una casta que en la historia ha
heredado el Poder de generación en generación y ha mantenido el sistema
colonial. Esta casta ha buscado mecanismos para mantenerse en el Poder
secularmente, en efecto, esos mecanismos son los elementos en potencia de los
oprimidos.
Una constante de los colonizadores y los
colonialistas es que no pueden mantenerse como tal si no instrumentalizan los
elementos en potencia de los indios en sus momentos cruciales políticos. Esto
trasciende también al campo económico y social, ejemplo la explotación en el
virreinato: la mit’a y los obrajes.
Al revisar la historia india podemos
percatarnos de este carácter utilitario de los blanco-mestizos con respecto a
los elementos en potencia de los autóctonos. En 1532, cuando los dos inkas
pugnaban por la legitimidad del gobierno; Waskar y Atawallpa, al ser rivales
poseían una potencia política, pero también, había gente detrás de cada uno.
Los colonizadores aprovecharon esta situación de rivalidad instrumentalizando a
uno de ellos y al sector disconforme con el régimen del inkario, y con ello
tomaron el control político del Tawantinsuyu[1]. Por otro lado, ya en la república, se
evidencia el mismo acto utilitarista de parte de José Manuel Pando sobre la
potencia política india que encabezaba Pablo Zarate Willka, de modo que Pando,
para enfrentarse a los criollo-mestizos conservadores, instrumentalizó la
potencia Aymara que en ese entonces se traducía en un enorme ejército indio.
Una vez logrado el objetivo, Pando no dudó en hacer un pacto blanco-mestizo con
Severo Fernando Alonso ante el peligro de la liberación india.
En las guerras, la potencia principal del
indio siempre fue su gran demografía, sirviendo como tropa cobriza en
confrontaciones bélicas defendiendo a un país que siempre lo
sometió.
Pero la instrumentalización de los
colonialistas no descansa únicamente en el indio como sujeto, sino que,
conforme a la coyuntura, instrumentaliza también la cultura india. En el caso
literario, el indio y su cultura es la fuente de la “originalidad” de la
literatura boliviana, eso que tanto enfatizó Fausto Reinaga en su trilogía: “El
indio y el cholaje boliviano”, “La intelligentsia del cholaje boliviano” y “El
indio y los escritores de América”.
Asimismo, los nacionalistas del cholaje
blanco-mestizo en su pretensión de crear un Estado-nación, no tuvieron más
opción que recurrir a la potencia cultural del indio, ya que el indigenismo
como política colonial estaba en boga en todo el continente folklorizando las
prácticas autóctonas. Se debe tomar en cuenta que el Estado boliviano, es un
Estado sin nación, porque tiene como base la estructura colonial. Los
nacionalistas recurren a la cultura india para legitimar su discurso y
mantenerse en el Poder, por eso se ponían el ch’ullu y el poncho indio para
ganar el voto autóctono, al respecto Alvizuri ejemplifica los siguiente:
“Víctor Paz Estenssoro vestido con poncho y llucho mientras el vicepresidente
Hernán Siles Zuazo habla del tiempo del Qullasuyo, cuando todos eran hermanos
iguales y no se conocía "ni el hambre, ni la miseria"[2].
En este sentido, el indio siempre fue un
factor elemental en este país colonial cuando se habla de nación, porque tiene
cultura propia, longeva; a diferencia de los blanco-mestizos, donde sus elites
fueron y son hasta la actualidad practicantes de ese bovarysmo que mal copea
las prácticas de la cultura occidental. A partir de esto podemos inferir que
esta casta, ante su carencia de una cultura autentica, recurre a la cultura del
indio para legitimar el Estado.
La instrumentalización frente al ojo
indio
En la Bolivia plurinacional la
instrumentalización de elementos en potencia política del mundo indio, no solo
radica en el sujeto como tal, ni en su cultura, sino que además, vienen
agregadas a estos, elementos como el discurso político y la ideología
indianista, asimismo algunas prácticas de la vivencia de los autóctonos.
Los elementos en potencia política del
oprimido en el tercer milenio, surgen a partir de los movimientos indios
encabezados por Felipe Quispe Huanca, el Mallku, quien sacó “de la
clandestinidad a Fausto Reinaga”[3], poniendo en práctica el indianismo y logrando
el resurgir del orgullo y la dignidad india. Esa dinámica contra colonial ha
creado un Poder que hizo frente al Poder del cholaje blanco-mestizo, pero ese
potencial ha sido aprovechado por la casta secular llevando a la presidencia a
un indio sumiso y domable, Evo Morales. Consecuentemente, aquello que surgió
como práctica liberadora y combativa, pasó a convertirse en un instrumento de
dominación en términos políticos. Del carácter beligerante del discurso del
Mallku, se pasó al carácter del discurso pachamámico y del buen salvaje[4]. Esto conlleva por un lado el ablandamiento
del potencial político existente hasta ese entonces, y por otro, la
mitificación de las prácticas autóctonas, re-estableciendo el Poder, pero esta
vez, bajo el ropaje indio. Eh ahí, el colonizado nuevamente como en las épocas
del virreinato, es mit’ani político, es decir instrumentalizado.
A partir de este panorama, la casta
secular a través del Estado Plurinacional inició instrumentando el discurso de
los indianistas que buscaban la liberación de las naciones autóctonas. Los
colonialistas balbuceaban en sus discursos la descolonización, pero en el fondo
no buscaban eso, sino mantenerse en su condición: el de opresores. El Estado
colonial, por más que haya hecho una Asamblea Constituyente y se llame
plurinacional, no ha cambiado de esencia, por tanto, solo hay un cambio
nominal, lo que en otros términos puede llamarse continuidad colonial.
No solo eso, los colonialistas han
instrumentalizado la simbología de la nación autóctona como la Wiphala y los
lideres indios como Tupak Katari y Bartolina Sisa, siendo usados al antojo de
sus necesidades políticas. En lo religioso, el uso trivial que se le otorga a
la ritualidad Aymara, se ha convertido en parte de la civilización del
espectáculo.
El tráfico de las potencialidades
políticas indias por parte del Estado, hizo surgir dentro de la sociedad
colonial, específicamente en las castas seculares, grupos que se auto
identifican con la vivencia autóctona los cuales ejecutan prácticas ridículas a
los ojos del indio, como ser: triturar en vez de pijchar la coca, hacer adobes
sin paja brava y a pura mano, cultivar en minúsculos surcos variedades de productos
agrícolas en el área metropolitana, agarrar lip’ichis a diestra y siniestra
para parecer y no ser, adoptar atavíos indios que los enorgullecen, pero que en
el fondo hacen perder la esencia de la estética Aymara, así también en su
intento de pronunciar sin glotalizar ni aspirar el idioma Aymara fino. Estas
acciones son colonialistas porque no buscan la liberación de la vivencia que
instrumentaliza el cholaje blanco-mestizo, más al contrario, pretenden
mantenerlo en el sopor. Esto desde una mirada superficial pareciera ser un acto
de buena voluntad hacia lo indio, pero, concretamente, es una política colonial
que trivializa la cultura india.
Cuando los colonialistas empiezan a
practicar elementos de la vivencia india, como la ch’alla, los apthapis, o
comienzan a lucir las abarcas, las tullmas, el awayu, masticar la coca (como
algunos grupos de la intelligentsia del cholaje blanco-mestizo), al
ejecutar estas acciones lo hacen para “limpiar y tranquilizar la
conciencia que les remuerde”[5], o simplemente para seguir las modas
instituidas por el poder, pues “al adoptar estas prácticas culturales, la
élite local está legitimando un discurso sobre la cultura. También es
reveladora de la ansiedad de un sujeto "sin etnicidad particular" de
ubicarse dentro de este nuevo discurso”[6].
El cholaje blanco-mestizo puede hacer
estragos de la vivencia Aymara sacando privilegios políticos y económicos de
esta, pero cuando los indios empiezan a reivindicar su cultura, los
colonialistas son los primeros en salir a deslegitimar esta potencia, porque
saben que es en ese momento donde los colonizados empiezan a recuperar lo que
se les ha negado históricamente.
Hay que tener en cuenta que la diferencia
entre los colonialistas y los indios es que los primeros no conocen, en carne y
hueso, la vida áspera a la que fue arrinconada el colonizado, por tanto, no
pueden hablar el mismo lenguaje de la opresión, por más que instrumentalicen
elementos potenciales de la vivencia autóctona auto-identificándose como
indios, jamás el cholaje blanco-mestizo será lo que pretende ser, porque,
"para saber lo que es el indio, hay que ser indio, porque el que es sólo
'culturalmente' indio, sólo puede revelar lo indio. Pero quien es indio de
carne, corazón, cosmos y raza, no sólo 'revela' lo indio, ¡sino que rebela al
indio!"[7].
A modo de conclusión
Hemos analizado de manera breve lo que
quizás constituiría un tratado teórico sobre la política instrumental del
cholaje blanco-mestizo. El punto inicial para el surgimiento de esta reflexión
fue lo que pasaba frente a nuestra mirada india hace mucho tiempo, pero esa
experiencia solo se quedaba en debates y en una indignación.
Parafraseando a G. K. Chesterton “una idea
que no es escrita no sirve, pero lo escrito no sirve también, sino se
efectiviza”, es decir si no se vuelve praxis, de manera que si nosotros
teníamos ideas en mente y solo debatíamos no servían, así que decidimos
teclearlo en el ordenador para que llegue a cada indiano mediante las redes
sociales. Sin embargo, siguiendo a Chesterton, no servirá de nada también si
este escrito no se concretiza. En última instancia, las reflexiones e ideas
tienen que desembocar en la acción, y esta acción consiste en que seamos conscientes,
de una vez, de nuestra vivencia y sus potencialidades. Como aymaras
reivindiquemos lo nuestro, porque esto es el inicio para nuestra futura
liberación.
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Roger Adan Chambi Mayta e Iván Apaza Calle |
[1] Cf. QUINTANA Eduardo, “14
mentiras de la historia oficial del Perú”, en: http://truxillo.pe/3425/14-mentiras-en-la-historia-oficial/.
Consultado el 18 de julio de 2016.
[2] ALVIZURI Verushka, “La
construcción de la aymaridad”, Bolivia: El país, 2009, p. 253
[3] Cf. REYNAGA Wankar, “Blokeo
2000”, Qullasuyu: Arumanti chachanaka, 2000.
[4] Para un análisis más profundo véase CHAMBI Mayta Roger Adan, “¿Gobierno indigena? El rol de los indígenas
en el proceso de cambio”, en AWQA, 2016, y de QUISPE Ayar, “¿Evo Morales presidente indígena?”, en:
AWQA, 2014
[5] Cf. SABATO Ernesto, “El
túnel”, Argentina: Libros del mirasol, 1961.
[6] ALVIZURI Verushka, Ob.Cit., p. 142